Su mirada, si su mirada, aun la recuerdo como si fuese ayer. Era tan dulce…tan soñadora…inspiraba confianza. Pero no se qué pasó. Se fue, así sin más, sin un adiós, sin un triste abrazo, ni siquiera los dos cordiales besos. Todo fue por un corazón, roto. Todo fue por unas palabras, heladoras, hirientes, y una triste excusa que no conducía a ningún lado, pero para contar esa historia, primero tengo que contar la esencial, mi historia.
Todo empezó unos carnavales, alegres y llenos de colorido. Había quedado con unos amigos (más de los esperados) en el barrio. La gente iba muy bien disfrazada, aun recuerdo sus atuendos, realmente originales. El estaba allí, sinceramente era uno de los que no esperaba, tal vez porque apenas hablaba con él y era bastante tímido. Pero nunca me había fijado en el atractivo de su rostro, y la amabilidad y honestidad de sus palabras y su ser. De todas formas no estaba segura, no sabía si empezaba a gustarme, pero lo que verdaderamente no sabía era que pronto iba a quererle locamente.
Ya en el instituto de nuevo, empecé a hablar cordialmente con él y me sorprendió lo amigable que era. Realmente estaba hecho para mi ¿? Lo estaba ¿?, imposible.
Semanas, e incluso meses más tarde empezaron los “te quiero” por chat, los abrazos, los dos cordiales besos de despedida y mi desesperación por quererle mas y mas cada día.
Finalmente llegó el adiós, el desafío, la última parada de la estación. Una tarde, hablando con él, suplicándole que me dijera el nombre de su amada me lo confesó (y no precisamente lo que yo quería oír) sin intención alguna con unas frías palabras: “Te rompería el corazón.”
Cuánta razón se escondía tras esas palabras, y en efecto, me rompió el corazón. ¿De qué habían servido todos los abrazos, los besos, los saludos cordiales, los adorables cumplidos y las ayudas de mis amigos y amigas? Verdaderamente no lo sabía, así que lo único que pude hacer, mi única salida, era llorar, y así lo hice, lagrimas interminables.
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